Perú se sienta a la mesa. El legado de Acurio
La cocina peruana se ha puesto de moda. Delicada, intensa y con inmejorables materias primas, se ha convertido en poco tiempo en un preciado bien para los comilones exigentes y sibaritas empedernidos
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Si los españoles no hubieran pisado nunca tierras
peruanas no habrían existido algunas de las joyas gastronómicas más bendecidas
por los fieles de ambos países: el cebiche y la tortilla de patatas.
Sin duda ha sido una de las mejores comuniones
que podríamos haber hecho con el Nuevo Mundo. La cocina peruana
ha sido, hasta hace relativamente poco tiempo, una desconocida para comilones y
devotos de la buena gastronomía en nuestro país. Sin embargo, tras el auge de la
cocina nipona, las puertas se han abierto hacia nuevas perspectivas
gastronómicas y las miras ha girado 180 grados en el mapa para fijarse en un
país rico en productos agrícolas y marineros que ofrece preparados delicados muy
del gusto del españolito medio.
El sello andino ha calado a
fondo en los estómagos nacionales, especialmente en la capital, que ha visto
como en los dos últimos años se han abierto más de cinco establecimientos que lo
homenajean. No podemos olvidar que parte de culpa la tiene el mejor embajador
del Perú, todo un líder, alguien que hace política tras los fogones e induce a
la revolución gastronómica, un cocinero patriota que habla de
la cocina con toda la pasión de un zampón empedernido: Gastón
Acurio.
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