El mítico Lhardy
Tan solo le supera en historia el
restaurante Botín, que fue fundado en 1725 y que actualmente
ostenta el record de ser el restaurante más antiguo del mundo. El
Lhardy abrió sus puertas casi un siglo después, cuando Emilio
Huguenin, hijo de suizos, quiso traer a la capital los aires bohemios del París
del siglo XIX. Por aquel entonces Madrid era la Corte de la Reina Gobernadora y
acababa de estrecharse el abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto.
La Carrera de San Jerónimo era
una calle de moda, al estilo de la rue de la Paix y el
romanticismo deambulaba por la vida de las calles al igual que
por las páginas de una novela de Larra. En ese entorno nació Lhardy. El
decorador Rafael Guerrero, estudiante de decoración en París,
plasmó la elegancia de la alta burguesía de la época en cada uno de sus
rincones, como la fachada, construida en madera de caoba de Cuba, o el interior
de la de la tienda, con sus dos mostradores enfrentados y el
espejo al fondo donde se han reflejado toda clase de celebridades, y la
imponente consola que permanece intacta a pesar del tiempo y en la que hoy se
sirven pasteles y fiambres. Los salones fueron concebidos como salón Isabelino,
salón Blanco y salón Japonés, con revestimientos de papel pintado de la época y
una chimenea que se cita en las obras de Galdós.
Aquí se tejió parte de la historia secreta de
España, aquella que derrocó reyes y políticos, repúblicas, dictaduras y
regencias, pero también se forjaron grandes amores y tuvieron lugar tertulias al
atardecer tras la guerra civil
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